AUTOLIBERACIÓN INTERIOR
ANTHONY DE MELLO
¡DESPIERTA!
¡LA FELICIDAD ERES TÚ!
Despertarse es la espiritualidad, porque sólo despiertos podemos
entrar en la verdad y descubrir qué lazos nos impiden la libertad. Esto es
la iluminación. Es como la salida del Sol sobre la noche, de la luz sobre
la oscuridad. Es la alegría que se descubre a sí misma, desnuda de toda forma.
Esto es la iluminación. El místico es el hombre iluminado, el que
todo lo ve con claridad, porque está despierto.
No quiero que os creáis lo que os digo porque yo lo digo, sino que
cuestionéis cada palabra y analicéis su significado y lo que os dice en vuestra
vida personal; pero con sinceridad, sin autoengañaros por comodidad o por
miedos.
Lo importante es el Evangelio, no la persona que lo predica ni sus
formas. No la interpretación que se le ha dado siempre o la que le da éste o
aquél, por muy canonizado que esté. Eres tú el que tiene que interpretar el
mensaje personal que encierra para ti, en el ahora. No te importe lo que la
religión o la sociedad prediquen.
La sociedad sólo canoniza a los que se conforman con ella. En el tiempo de Jesús y ahora. A Jesús no pudieron canonizarlo y por ello lo asesinaron. ¿Quiénes creéis que lo mataron? ¿Los malos? No. A Jesús lo asesinaron los buenos de turno, los más respetados y creídos en aquella sociedad. A Jesús lo mataron los escribas, los fariseos y sacerdotes; y si no andas con cuidado, asesinarás a Jesús mientras vives dormido.
Despertarse es la espiritualidad, porque sólo despiertos podemos entrar en la verdad y la libertad.
Estás dormido
¿Y cómo sabré si estoy dormido? Jesús os lo dice en el
Evangelio: “¿Por qué decís Señor, Señor, si no hacéis lo que os digo?” Si no
hacemos lo que Dios quiere y nos dedicamos a fabricarnos un Dios “tapa
agujeros”, es que estamos dormidos. Lo que importa es responder a Dios con el
corazón. No importa ser ateo, musulmán o católico; lo importante es la
circuncisión y el bautismo del corazón. El estar despierto es cambiar tu
corazón de piedra por uno que no se cierre a la verdad.
Si estás doliéndote de tu pasado, es que estás dormido. Lo importante
es levantarse para no volver a caer. La solución está en tu capacidad de comprensión
y de ver otra cosa que lo que te permites ver. Ver lo que hay detrás de las
cosas. Cuando se te abran los ojos, verás cómo todo cambia, que el pasado está
muerto y el que se duerme en el pasado está muerto, porque sólo el presente es
vivo si tú estás despierto en él.
Metanoia quiere decir despertarse y no perderse la vida.
Es vivenciar el presente. Para saber esto hay un criterio:
¿Tú sufres? Es que estás dormido. Es igual que sepas muchas cosas y te
dediques a salvar a las personas. "El ciego que guía a otro ciego"
quiere decir que los dos están dormidos. Si sufres es que estás dormido. Me
dirás que el dolor existe. Sí, es verdad que el dolor existe, pero no el
sufrimiento. El sufrimiento no es real, sino una obra de tu mente. Si sufres
es que estás dormido porque, en sí, el sufrimiento no existe, es un producto de
tu sueño; y si estás dormido, verás a un Jesús dormido, que tú te has
imaginado, que nada tiene que ver con el Jesús real, y eso puede ser muy
peligroso.
Calderón dice: "Todo es según el color del cristal
con que se mira." Si estás dormido no serás capaz de ver más que cosas
dormidas, y no te darás cuenta hasta que despiertes. Pasará la vida por ti sin
que tú la vivas.
Si tienes problemas es que estás dormido. La vida no es
problemática. Es el yo (la mente humana) el que crea los problemas. A ver si
eres capaz de comprender que el sufrimiento no está en la realidad, sino en
ti. Por eso, en todas las religiones, se ha predicado que hay que morir al yo
para volver a nacer. Éste es el verdadero bautismo que hace surgir al hombre
nuevo. La realidad no hace problemas, los problemas nacen de la mente cuando
estás dormido. Tú pones los problemas.
Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, no como sacrificio, ni como esfuerzo, sino por iluminación.
Despierta
¿Se puede decir que en estos últimos días no te has
sentido como un hombre libre y feliz, sin problemas ni preocupaciones? ¿No te
has sentido así? Pues estás dormido. ¿Qué ocurre cuando estás despierto? No
cambia nada, todo ocurre igual, pero tú eres el que ha cambiado para entrar en
la realidad. Entonces lo ves todo claro.
Le preguntaron a un maestro oriental sus discípulos:
"¿Qué te ha proporcionado la iluminación?" Y contestó:
"Primero tenía depresión y ahora sigo con la misma depresión, pero la
diferencia está en que ahora no me molesta la depresión."
Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, ni como
sacrificio, ni como esfuerzo, sino por iluminación. Aceptarlo todo porque lo
ves claro y ya nada ni nadie te puede engañar. Es despertar a la luz. El dolor
existe, y el sufrimiento sólo surge cuando te resistes al dolor. Si tú aceptas
el dolor, el sufrimiento no existe. El dolor no es inaguantable, porque tiene
un sentido comprensible en donde se remansa. Lo inaguantable es tener el
cuerpo aquí y la mente en el pasado o en el futuro.
Lo insoportable es querer distorsionar la realidad, que
es inamovible. Eso sí que es insoportable. Es una lucha inútil como es inútil
su resultado: el sufrimiento. No se puede luchar por lo que no existe.
No hay que buscar la felicidad en donde no está, ni tomar la vida por lo que no es vida, porque entonces estaremos creando un sufrimiento que sólo es el resultado de nuestra ceguera y, con él, el desasosiego, la congoja, el miedo, la inseguridad... Nada de esto existe sino en nuestra mente dormida. Cuando despertemos, se acabó.
Importa la vida
El ir contra la realidad, haciendo problemas de las
cosas, es creer que tú importas, y lo cierto es que tú, como personaje
individual, no importas nada. Ni tú, ni tus decisiones ni acciones importan en
el desarrollo de la vida; es la vida la que importa y ella sigue su curso.
Sólo cuando comprendes esto y te acoplas a la unidad, tu vida cobra sentido. Y
esto queda muy claro en el Evangelio. ¿Importaron todas las transgresiones y
desobediencias para la historia de la salvación? ¿Importa si yo asesino a un
hombre? ¿Importó el que asesinaran a Jesucristo? Los que lo asesinaron creían
estar haciendo un acto bueno, de justicia, y lo hicieron después de mucho
discernimiento.
Jesús era portador de la luz y por ello predicaba las
cosas más raras y contrarias al judaísmo, a sus creencias e interpretaciones
religiosas: hablaba con las mujeres, comía con los ladrones y prostitutas.
Pero, además, interpretaba la Ley en profundidad, saltándose las reglas y sus
formas. Los sabios y los poderosos tenían que eliminarlo. ¿Podía ser de otra
manera? Era necesario que muriera así, asesinado y no enfermo de vejez.
Cuentan que un rey godo se emocionó al oír el relato de
Jesús y dijo: "¡De estar yo allí, no lo hubieran matado!"
¿Lo creemos así, como ese rey godo? Dormimos.
La muerte de Jesús descubre la realidad en una sociedad que está dormida y, por ello, su muerte es la luz. Es el grito para que despertemos.
No te ates
¿Qué hace falta para despertarse? No hace falta esfuerzo
ni juventud ni discurrir mucho. Sólo hace falta una cosa, la capacidad de
pensar algo nuevo, de ver algo nuevo, de ver algo nuevo y de descubrir lo
desconocido. Es la capacidad de movernos fuera de los esquemas que tenemos.
Ser capaz de saltar sobre los esquemas y mirar con ojos nuevos la realidad que
no cambia.
El que piensa como marxista, no piensa; el que piensa
como budista, no piensa; el que piensa como musulmán, no piensa... y el que
piensa como católico, tampoco piensa. Ellos son pensados por su ideología. Tú
eres un esclavo en tanto y en cuanto no puedes pensar por encima de tu
ideología. Vives dormido y pensado por una idea. El profeta no se deja llevar
por ninguna ideología, y por ello es tan mal recibido. El profeta es el
pionero, que se atreve a elevarse por encima de los esquemas, abriendo camino.
La Buena Nueva fue rechazada porque no querían la
liberación personal, sino un caudillo que los guiase. Tememos el riesgo de volar
por nosotros mismos. Tenemos miedo a la libertad, a la soledad, y preferimos
ser esclavos de unos esquemas. Nos atamos voluntariamente, llenándonos de
pesadas cadenas, y luego nos quejamos de no ser libres. ¿Quién te tiene que
liberar si ni tú mismo eres consciente de tus cadenas?
Las mujeres se atan a sus maridos, a sus hijos. Los maridos a sus mujeres, a sus negocios. Todos nos atamos a los deseos y nuestro argumento y justificación es el amor. ¿Qué amor? La realidad es que nos amamos a nosotros mismos, pero con un amor adulterado y raquítico que sólo abarca el yo, el ego. Ni siquiera somos capaces de amarnos a nosotros mismos en libertad.
Entonces, ¿cómo vamos a saber amar a los demás, aunque sean nuestros
esposos o nuestros hijos? Nos hemos acostumbrado a la cárcel de lo viejo y
preferimos dormir para no descubrir la libertad que supone lo nuevo.
Lo peor y más peligroso del que duerme es creer que está despierto y confundir sus sueños con la realidad.
No confundas los sueños
Vosotros estáis dormidos porque, si no, ya no
necesitarías venir a este curso. Si ya lo vierais todo con ojos nuevos, ya no
necesitaríais venir a despertaros. Pero, si sois capaces de reconoceros
dormidos, ser conscientes de que no estáis despiertos, ya es un paso. Pues lo
peor y más peligroso del que duerme es creer que está despierto y confundir
sus sueños con la realidad. Lo primero que necesitáis para despertar, es saber
que estáis durmiendo y estáis soñando.
La religión es una cosa buena en sí, pero en manos de gente
dormida puede hacer mucho daño. Y lo podemos ver muy claramente por la
historia de una religión que, en el nombre de Dios, cometió tantas barbaridades
creyendo que hacía el bien. Si no sabes emplear la religión en esencia, en
libertad, sin fanatismos ni ideologías de un color u otro, puedes hacer mucho
daño y, de hecho, se sigue haciendo.
Para despertar hay que estar dispuesto a escucharlo
todo, más allá de los cartelitos de buenos y malos, con receptividad, que no
quiere decir credulidad. Hay que cuestionarlo todo, atentos a descubrir las
verdades que puede haber, separándolas de las que no lo son. Si nos
identificamos con las teorías sin cuestionarlas con la razón -y sobre todo con
la vida- y nos las tragamos almacenándolas en la mente, es que seguimos
dormidos. No has sabido asimilar esas verdades para hacer tus propios
criterios. Hay que ver las verdades, analizarlas y ponerlas a prueba, una vez
cuestionadas.
"Haced lo que os digo", dice Jesús. Pero no
podremos hacerlo si antes no nos transformamos en el hombre nuevo, despierto,
libre, que ya puede amar.
"Aunque diera todo a los pobres, y mi cuerpo a las
llamas -dice Pablo, ¿de qué me serviría si no amo?" Este modo de ver de
Pablo se consigue viviendo, y este modo de ser nace de estar despierto,
disponible y sin engaños.
Cuando la relación entre amigos no funciona lo bien que tú quisieras, puedes aliviarla. Puedes pararte y comenzar una tregua, pero si no has puesto al aire las premisas que están debajo, el problema sigue en pie, y seguirá generando sentimientos negativos.
¡Qué lío!
Mi vida es un lío. ¿Soy capaz de reconocerlo? Necesito
tener receptividad. ¿Estoy dispuesto a reconocer que el sufrimiento y la
congoja los fabrico yo mismo? Si eres capaz de darte cuenta, es que comienzas a
despertarte.
Ordinariamente, buscamos alivio y no curación. Cuando
sufres, ¿estás dispuesto a separarte de ese sufrimiento lo necesario para
analizarlo y descubrir el origen que está detrás? Es preferible dejar que
sufras un poco más, hasta que te hartes y estés dispuesto a ver. O despiertas
tú, o la vida te despertará.
Las componendas y alivios son manejos comerciales del
buen comportamiento que te ha metido en la mente tu sentido de buena educación.
Si los miras, bien despierto, descubrirás que no son más que utilización, comercio
de toma y daca y chantaje, más hipocresía. Cuando ves esto, ¿quieres quitarte
el cáncer, o tomar un analgésico para no sufrir? Cuando la gente se harta de
sufrir es un buen momento para despertar.
Buda dice: "El mundo está lleno de dolor, que genera
sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el deseo. Si quieres arrancarte esa
clase de dolor, tendrás que arrancarte el deseo."
¿El deseo es cosa buena? Es una cuestión de lenguaje,
pues la palabra "deseo", en español, abarca deseos buenos, que son
estímulos de acción, y deseos estériles, que a nada conducen. A estos deseos,
para entendernos, vamos a llamarlos apegos.
La base del sufrimiento es el apego, el deseo. En cuanto
deseas una cosa compulsivamente y pones todas tus ansias de felicidad en ella,
te expones a la desilusión de no conseguirla. De no haber deseado tanto que
tu amigo te acoja, te contemple y te tenga en cuenta; de no desearlo tanto, no
te importaría su indiferencia ni su rechazo. Donde no hay deseo-apego, no hay
miedo, porque el miedo es la cara opuesta del deseo, inseparable de él.
Sin esta clase de deseos, nadie te puede intimidar, ni nadie te puede controlar o robar, porque, si no tienes deseos, no tienes miedo a que te quiten nada.
No hay pareja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre. Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerables.
El amor no duerme
Donde hay amor no hay deseos. Y por eso no existe ningún
miedo. Si amas de verdad a tu amigo, tendrías que poder decirle sinceramente:
"Así, sin los cristales de los deseos, te veo como eres, y no como yo
desearía que fueses, y así te quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me
faltes, a que no me quieras." Porque en realidad, ¿qué deseas? ¿Amar a esa
persona tal cual es, o a una imagen que no existe? En cuanto puedas
desprenderte de esos deseos-apegos, podrás amar; a lo otro no se lo debe llamar
amor, pues es todo lo contrario de lo que el amor significa.
El enamorarse tampoco es amor, sino desear para ti una
imagen que te imaginas de una persona. Todo es un sueño, porque esa persona no
existe. Por eso, en cuanto conoces la realidad de esa persona, como no
coincide con lo que tú te imaginabas, te desenamoras. La esencia de todo enamoramiento
son los deseos. Deseos que generan celos y sufrimiento porque, al no estar
asentados en la realidad, viven en la inseguridad, en la desconfianza, en el
miedo a que todos los sueños se acaben, se vengan abajo.
El enamoramiento proporciona cierta emoción y exaltación
que gusta a las personas con una inseguridad afectiva y que alimentan una
sociedad y una cultura que hacen de ello un comercio. Cuando estás enamorado no
te atreves a decir toda la verdad por miedo a que el otro se desilusione
porque, en el fondo, sabes que el enamoramiento sólo se alimenta de ilusiones
e imágenes idealizadas.
El enamoramiento supone una manipulación de la verdad y
de la otra persona para que sienta y desee lo mismo que tú y así poder
poseerla como un objeto, sin miedo a que te falle. El enamoramiento no es más
que una enfermedad y una droga del que, por su inseguridad, no está
capacitado para amar libre y gozosamente.
La gente insegura no desea la felicidad de verdad; porque
teme el riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la droga de los deseos.
Con los deseos vienen el miedo, la ansiedad, las tensiones y..., por
descontado, la desilusión y el sufrimiento continuos. Vas de la exaltación al
desespero.
¿Cuánto dura el placer de creer que has conseguido lo que
deseabas? El primer sorbo de placer es un encanto, pero va prendido
irremediablemente al miedo a perderlo, y cuando se apoderan de ti las dudas,
llega la tristeza. La misma alegría y exaltación de cuando llega el amigo, es
proporcional al miedo y al dolor de cuando se marcha... o cuando lo esperas y
no viene... ¿Vale la pena? Donde hay miedo no hay amor, y podéis estar bien
seguros de ello.
Cuando despertamos de nuestro sueño y vemos la realidad
tal cual es, nuestra inseguridad termina y desaparecen los miedos, porque la
realidad es y nada la cambia. Entonces puedo decirle al otro: "Como no
tengo miedo a perderte, pues no eres un objeto de propiedad de nadie, entonces
puedo amarte así como eres, sin deseos, sin apegos ni condiciones, sin egoísmos
ni querer poseerte." Y esta forma de amar es un gozo sin límites.
¿Qué haces cuando escuchas una sinfonía? Escuchas cada nota, te deleitas en ella y la dejas pasar, sin buscar la permanencia de ninguna de ellas, pues en su discurrir está la armonía, siempre renovada y siempre fresca. Pues, en el amor, es igual. En cuanto te agarras a la permanencia destruyes toda la belleza del amor. No hay pareja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre. El apego mutuo, el control, las promesas y el deseo, te conducen inexorablemente a los conflictos y al sufrimiento y, de ahí, a corto o largo plazo, a la ruptura. Porque los lazos que se basan en los deseos son muy frágiles. Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerable.
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Hay dos tipos de deseos o de dependencias: el deseo de
cuyo cumplimiento depende mi felicidad y el deseo de cuyo cumplimiento no
depende mi felicidad.
El primero es una esclavitud, una cárcel, pues hago
depender de su cumplimiento, o no, mi felicidad o mi sufrimiento. El segundo
deja abierta otra alternativa: si se cumple me alegro y, si no, busco otras
compensaciones. Este deseo te deja más o menos satisfecho, pero no te lo
juegas todo a una carta.
Pero existe una tercera opción, hay otra manera de vivir
los deseos: como estímulos para la sorpresa, como un juego en el que lo que más
importa no es ganar o perder, sino jugar.
Hay un proverbio oriental que dice: "Cuando el
arquero dispara gratuitamente, tiene con él toda su habilidad." Cuando
dispara esperando ganar una hebilla de bronce, ya está algo nervioso. Cuando
dispara para ganar una medalla de oro, se vuelve loco pensando en el premio y
pierde la mitad de su habilidad, pues ya no ve un blanco, sino dos. Su
habilidad no ha cambiado pero el premio lo divide, pues el deseo de ganar le
quita la alegría y el disfrute de disparar. Quedan apegadas allí, en su
habilidad, las energías que necesitaría libres para disparar. El deseo del
triunfo y el resultado para conseguir el premio se han convertido en enemigos
que le roban la visión, la armonía y el goce.
El deseo marca siempre una dependencia. Todos
dependemos, en cierto sentido, de alguien (el panadero, el lechero, el
agricultor, etc., que son necesarios para nuestra organización). Pero depender
de otra persona para tu propia felicidad es, además de nefasto para ti, un
peligro, pues estás afirmando algo contrario a la vida y a la realidad.
Por tanto, el tener una dependencia de otra persona para
estar alegre o triste es ir contra la corriente de la realidad, pues la
felicidad y la alegría no pueden venirme de fuera, ya que están dentro de mí.
Sólo yo puedo actualizar las potencias de amor y felicidad que están dentro de
mí y sólo lo que yo consiga expresar, desde esa realidad mía, me puede hacer
feliz, pues lo que me venga desde afuera podrá estimularme más o menos, pero es
incapaz de darme ni una pizca de felicidad.
Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y
es mi melodía la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno con
su música, y no se agotan las melodías, pues con cada persona suena otra melodía
distinta que también me hace feliz y enriquece mi armonía. Puedo tener una
melodía o más, que me agraden en particular, pero no me agarro a ellas, sino
que me agradan cuando están conmigo y cuando no están, pues no tengo la
enfermedad de la nostalgia, sino que estoy tan feliz que no añoro nada. La
verdad es que yo no puedo echarte de menos porque estoy lleno de ti. Si te
echase de menos sería reconocer que al marcharte te quedaste fuera. ¡Pobre de
mí, si cada vez que una persona amada se va, mi orquesta deja de sonar!
Cuando te quiero, te quiero independiente de mí, y no
enamorado de mí, sino enamorado de la vida. No se puede caminar cuando se lleva
a alguien agarrado. Se dice que tenemos necesidades emocionales: ser querido,
apreciado, pertenecer a otro, que se nos desee. No es verdad. Esto, cuando se
siente esa necesidad, es una enfermedad que viene de la inseguridad afectiva.
Tanto la enfermedad, necesidad de sentirme querido, como
la medicina que se ansía, el amor recibido, están basados en premisas falsas.
Necesidades emocionales para conseguir la felicidad en el exterior, no hay
ninguna; puesto que tú eres el amor y la felicidad en ti mismo. Sólo mostrando
ese amor y gozándote en él vas a ser realmente feliz, sin agarraderas ni
deseos, puesto que tienes en ti todos los elementos para ser feliz.
La respuesta de amor del exterior agrada y estimula, pero no te da más felicidad de la que tú dispones, pues tú eres toda la felicidad que seas capaz de desarrollar. Dios es la Verdad, la Felicidad y la Realidad, y Él es la Fuente, dispuesta siempre para llenarnos en la medida que, libremente, nos abramos a Él.
Tú ya eres felicidad
Despertarse es la única experiencia que vale la pena.
Abrir bien los ojos para ver que la infelicidad no viene de la realidad, sino
de los deseos y de las ideas equivocadas. Para ser feliz no has de hacer nada,
ni conseguir nada, sino deshacerte de falsas ideas, ilusiones y fantasías que
no te dejan ver la realidad. Eso sólo se consigue manteniéndote despierto y
llamando a las cosas por su nombre.
Tú ya eres felicidad, eres la felicidad y el amor, pero
no lo ves porque estás dormido. Te escondes detrás de las fantasías, de las
ilusiones y también de las miserias de las que te avergüenzas. Nos han
programado para ser felices o infelices (según aprieten el botón de la
alabanza o de la crítica), y esto es lo que te tiene confundido. Has de darte
cuenta de esto, salir de la programación y llamar a cada cosa por su nombre.
Si te empeñas en no despertar, nada se puede hacer. "No te puedes empeñar en hacer cantar a un cerdo, pues perderás tu tiempo y el cerdo se irritará." Ya sabes que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Si no quieres oír para despertar, seguirás programado, y la gente dormida y programada es la más fácil de controlar por la sociedad.
Dentro de mí suena
una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melodía la que me hace feliz; y
cuando mi amigo se va me quedo lleno de su música
2
¡DESPROGRÁMATE!
¡SÉ TÚ MISMO!
Lo importante es ser capaz de darte cuenta de que no eres
más que un yoyo, siempre de arriba para abajo, según tus problemas, tus
disgustos o depresiones; que eres incapaz de mantener una estabilidad. Darte
cuenta de que te pasas la vida a merced de personas, de cosas o situaciones.
Que te manipulan o tú puedes manipular. Que no eres dueño de ti ni capaz de
mirar las situaciones con sosiego, sin enfados ni ansiedad.
Toda esa actitud sólo depende de tu programación. Estamos programados
desde niños por las conveniencias sociales, por una mal llamada educación y
por lo cultural. Vivimos por ello programados y damos la respuesta esperada
ante situaciones determinadas, sin pararnos a pensar qué hay de cierto en la
situación, y si es consecuente con lo que de verdad somos esa respuesta
habitual y mecánica.
Tenemos programadas ideas convencionales y culturales, que tomamos como verdades cuando no lo son. Como la idea de patria, de fronteras y hábitos culturales que nos llevan a conflictos cuando nada tienen que ver con la verdad.
Lo que haces como hábito, te hace dependiente porque te lo han programado. Sólo lo que surge de dentro es tuyo y te hace libre.
¡Desprográmate!
Cuando venía hacia aquí, en el avión, me dijeron:
-Mira, ya salimos de la India, ahí está la frontera.
Yo me asomé y por más que miraba no vi ni una línea, ni
una barrera natural de separación. ¿Es que existen las fronteras en la
naturaleza? No están más que en nuestra mente. Toda tierra es de todos, y toda
cultura no es más que ideas que nos separan.
Hubo un niño blanco que se perdió en la selva y se crió
en una tribu con cultura distinta. Cuando creció se casó con una nativa de
aquella cultura. Ocurrió que a una amiga de su mujer se le murió su marido en
la guerra, y aquella noche, al pensar en su amiga sola, la mujer nativa le
dijo al marido blanco:
-Oye, me gustaría que fueses a consolar a mi amiga, que
está sola, y como ya no tiene marido te acostases con ella.
El marido, que recordaba aún rasgos de su cultura, se
negaba, horrorizado, pero al final complació a su mujer. Cuando volvió, la
mujer le dijo:
-Ya sabía que eras un buen hombre y ahora te quiero más,
porque eres compasivo y me siento orgullosa de ti.
¡Qué bella su cultura, pero qué difícil de entender y
seguir para nosotros! No existe separación de razas, sólo distintas culturas
programadas en nuestras mentes. En la naturaleza no existen fronteras. El
honor, el éxito y el fracaso no existen, como tampoco la belleza ni la
fealdad, porque todo consiste en una manera de ver de cada cultura. Es lo
cultural lo que provoca esas emociones ante el nombre de patria, raza, idioma
o pueblo. Son distintas formas de ver que están programadas en nuestra mente.
La patria es el producto de la política, y la cultura es la manera de
adoctrinar.
Cuando eres un producto de tu cultura, sin cuestionarte
nada, te conviertes en un robot. Tu cultura, tu religiosidad y las
diferencias raciales, nacionales o regionales te han sido estampadas como un
sello y las tomas como algo real. Te enseñaron una religiosidad y una forma de
comportarte que no has elegido, sino que te vinieron impuestas desde fuera,
antes de que tuvieses edad o discernimiento para decidir, y sigues así, con
ellas colgadas, como una piedra al cuello.
Sólo lo que nace y se decide adentro es auténtico y te
hace libre. Lo que haces como hábito y que no puedes dejar de hacer porque te
domina, te hace dependiente, esclavo de lo que crees, porque te lo han programado.
Sólo lo que surge de dentro lo analizas, lo pasas por tu criterio y te decides
a ponerlo en práctica asumiéndolo; es tuyo y te hace libre.
Tienes que liberarte de tu historia y su programación
para responder por ti mismo y no de personaje a personaje.
Lo mismo ocurre con lo que creemos amor y que no es más
que un modelo cultural aceptado por la mente. No se puede vivir influenciado
por el pasado. Lo menos que se puede hacer por el amor es ser sincero, tener
claridad de percepción y llamar a cada cosa por su nombre. Ser capaz de dar la
respuesta precisa sin engañar ni engañarte. Porque te amo te doy la
respuesta, desde mi realidad, que te corresponde a ti y a tu realidad, en este
momento. Más tarde no sé lo que puede ocurrir, y por ello no te hago promesas
que no sé si podría cumplir.
Esto es lo menos que puedes exigirle al amor: sinceridad. La espiritualidad consiste en ver las cosas, no a través de cristales de color, sino tal como son. La espiritualidad ha de nacer de ti mismo; y cuanto más seas tú mismo, serás más espiritual.
Lo cierto es que el dolor existe porque rechazamos que lo único sustancial es el amor, la felicidad, el gozo.
Biblioteca Nueva Era- Rosario – Argentina Adherida al Directorio Promineo
FWD: www.promineo.gq.nu
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